Libro
de
Oración Común
y
Manual
de la
Iglesia Anglicana

PREFACIO

Este Libro de Oración es presentado con el sencillo y sincero deseo de enriquecer nuestra adoración para mayor gloria de Dios y para aumentar nuestro gozo al alabarle a El. Los manuscritos, que no pretenden ser originales, han sido recopilados y adaptados por ministros de la Iglesia Anglicana de Chile, que están trabajando en varias situaciones pastorales con algunas sugerencias de aquellos de otras Repúblicas Latino Americanas involucradas en los mismos trabajos. Todos ellos estuvieron plenamente convencidos del valor de la liturgia en la adoración, la cual es en verdad parte de la herencia del Anglicanismo, pero todos estuvieron igualmente conscientes de que debe haber lugar para la genuina participación congregacional y para la variedad, experimentación y adaptación si la vida de adoración de la joven iglesia ha de encontrar su verdadera expresión. Su deuda al Libro de Oración Común de 1662 y otras revisiones de nuestra comunión y también a la Iglesia Cristiana en general es muy inmensa para especificarla detalladamente.

Formas y expresiones han sido adaptadas a las necesidades de nuestra situación cultural, aunque el tiempo puede demostrar que aún existe una mayor necesidad de ésto. Por lo tanto no se ha de imaginar que ésta es la última palabra en liturgia, pero sí es la última expresión litúrgica para el momento actual de la Iglesia. Se espera que al usar estos cultos, la Iglesia llegará a apreciar más profundamente el lugar de la liturgia en la adoración, y que si en el futuro hay necesidad de un material más adecuado, aquellos que sean llamados a revisarlo tendrán un texto en Castellano y una estructura litúrgica como una base suficientemente clara y doctrinalmente sana para tales revisiones.

La adoración es muy rara vez definida en el Nuevo Testamento, pero se la toma por concedida. A menudo los Evangelios nos informan de como los discípulos estaban en el Templo alabando a Dios; el Templo (antes del año 70 D. C. cuando fue destruido) fue el lugar adonde acudió en forma espontánea la iglesia primitiva. Esto es importante porque nos evidencia del hecho de que la comunidad Cristiana primitiva poseía desde sus mismos comienzos una herencia de alabanza y oración, la adoración o culto de la Iglesia del Antiguo Testamento. Los Salmos eran especialmente un tesoro devocional. La adoración en la sinagoga local, incluía primordialmente la lectura de la Escritura, la enseñanza y la oración. Esto fue también elemental en el trasfondo de los primeros Cristianos Judíos, y Jesús mismo tuvo parte en ella.

Fue Jesús quien dijo que la adoración a Dios debe ser «en espíritu y en verdad». La liturgia es la mejor garantía de esto último. El culto público debería expresarse en el lenguaje más hermoso que sea posible con este fin, sugiriendo en esa belleza la reverencia debida a la Divina Majestad. La liturgia no solamente debiera expresar lo que uno ya siente, sino ser al mismo tiempo una manera de aprender a sentirlo con mayor intensidad y profundidad cada vez . que uno adora. La liturgia debe también reflejar la verdadera doctrina bíblica, la que a su vez garantiza la pureza de la adoración. Pero todo esto sin el Espíritu es ortodoxia muerta.

Esta liturgia no tiene el propósito de ser una camisa de fuerza para restringir la espontaneidad de nuestra adoración, ni inhibir los impulsos del Espíritu Santo, si El deseara ministrar a través de sus dones espirituales. Pero ya que los dones del Espíritu están sujetos al Ministerio de la Iglesia, se requiere que cuando esas manifestaciones se presenten en la congregación que está adorando, que aquellos a cargo de la dirección del culto se asegurarán de la observancia estricta de las normas prescritas por las Escrituras. El Ministro podría señalar un lugar apropiado en el culto para la manifestación de los dones, usualmente quedaría a continuación de un período de oración; en tales ocasiones no podrá haber nada contrario a las doctrinas bíblicas ni dejar de lado los principios de las estructuras establecidas en los cultos, en especial el del Bautismo y la Santa Cena. En todo debemos seguir la amonestación bíblica: «Hágase todo decentemente y en orden»,

G. E. DAVID PYTCHES W.
Obispo             

Santiago, 1973